17 julio, 2008

Sabor a Mi


Santico apareció riéndose y se le acercó. Cuando ella lo vio comenzó a reírse también y se quitó la ropa. (...) Los dos estaban en el medio del monte. A la sombra de un árbol de jagüey. Un árbol grandísimo y viejo. Santico se desnudó y se puso un collar de cuentas negras y verdes y le puso otro a ella en el cuello. Su falo era un vergajo de campana, duro y grande. Santico está alegre, pero insatisfecho, como siempre. Nunca podrá descansar, ni de día ni de noche. Cerca de ellos, detrás de unos arbustos, los observa el orisha de los caminos y las maldades, el que vigila siempre con sus ojos de caracol. Es amigo de Oggún.(...) Valiente, borracho, turbulento. Derrama sangre a chorros. Ha hecho mucho daño. Desconfiado, teme que se la cobren. Siempre da el frente y se cuida la espalda. Teme y es temido. Vive furioso. Nunca ha sido feliz. Perpetuo y magnifico jefe de guerreros. Cuando toca a Danais, ella siente su mano dura y fría, como un sello metálico de muerte. Huele a acero enfurecido. Dueño de los metales y de la fragua, hierro y fuego. La penetra sin contemplaciones ni caricias previas. Ella, nerviosa, enamorada como una doncella, se entrega y disfruta. Apenas de tocarla con la punta de la verga ya tiene el primer orgasmo. Y después muchos más. Se revuelcan sobre la tierra y la hierba húmeda. Oggún necesita los jugos de esa doncella hermosa, inocente, que se entrega por amor. Ella convulsiona. (...) suspira y muerde y grita. La muerte la abraza y todo termina. resopla y suspira, desfigurada, atravesada por un viento que se levanta de repente en aquel monte copioso. Santico, con la verga aun enhiesta, la deja, acostada en la tierra, y la abofetea. Entonces se va, entre las ceibas, los arboles de jocuma y camagua. Un perro, un gallo y una paloma corren y vuelan detrás de él, alborotando y metiendo ruido. La deja seducida y abandonada, llorando, sufriendo sin consuelo, sola en el medio de aquel monte poderoso, con un ciclón que la envuelve y la arrastra, viento, lluvia, truenos, relámpagos. Ella no entiende qué sucede. Nunca lo sabrá.

***

En mi mente resonaban pedazos de aquel bolero, y se los canté muy bajo, casi al oído:

Tanto tiempo disfrutamos de este amor
nuestras almas se acercaron tanto así
que yo guardo tu sabor
pero tú llevas también
sabor a mi.

Si negaras mi presencia en tu vivir
bastaría con abrazarte y conversar
tanta vida yo te di
que por fuerza tienes ya
sabor a mi.

Desnudos sobre la cama, sudando, yo encima de ella. Me recuperaba de un orgasmo salvaje. No sé de dónde saqué tanta leche. La acaricié y la besé con mucha ternura y le canté bajito:

Pasarán más de mil años, muchos más
yo no sé si tenga amor la eternidad
pero allá, tal como aquí
el la boca llevarás
sabor a mi.



(Extracto de la Trilogía Sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez)


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