16 enero, 2007

critica de la razón ciudadana

Analizar la “opinión pública” no es posible sin que se vuelva los ojos a las premisas del “espacio público”, donde aquella nace y donde va a generar sus efectos. Los cambios estructurales del espacio público, partindo de los salones del siglo XVIII hacia el fenómeno del capitalismo tardío, han formado un nuevo orden social, cual sea, la “tecnocracia”.
Es la sociedad de la “ciencia” y la “técnica”, estas que se han convertido en ideologías (así como ya lo fueron en sociedades anteriores las religiones, los dogmas de derecho natural, etc.), y de las cuales emergen nuevos parámetros para una “acción comunicativa”, en la terminología de Habermas – las ideologías son inherentes a los espacios públicos y son el instrumento por el cual las normas son históricamente generadas, es decir, es la ideología de cada época la que trata de dotar de asentimiento el Poder, principiologicamente.
Pero, con efecto, la “ideología tecnócrata” es mucho mas impenetrable de que otras tantas del pasado (la doctrina del “justo cambio”, del capitalismo liberal, por ejemplo). Es lo que advierte Habermas {Técnica y Ciencia como Ideología, 2003}, cuando habla de la reducción de las decisiones publicas a una minoría, la “elite tecnócrata”, y lo que eso genera: el sabotaje de la propia estructura democrática, de la intersubjetividad y de la comunicación; la ideología tecnócrata, o tecnocrática, está basada en reglas que no exigen cualquier justificación, es decir, el gobernado ahora no más legitima el Estado, el Político no es más político, ese espacio público ya no más ofrece la libertad critica de que necesita el desarrollo de la opinión pública (es muy fácil comprender lo que eso quiere decir, simplemente si tomamos como ejemplo aquellos que se oponen al capitalismo: nunca se los darán oídos mientras contesten el gran dogma de la actualidad).
Aún que la sociedad democrática esté fundada, entre otros, en la libertad de expresión, es notable la deterioración de la opinión pública, de la legitimidad y de las normas - antes de primar por su substrato principiológico, la Justicia, cada vez más el Poder emana desde meras “reglas técnicas” que, sendo lo que es la lógica de las cosas, no se alteran por decisiones políticas, así que no existe, a rigor, a lo que legitimarse. El capitalismo hay porque lo hay. Justicia no está en juego.
Sin embargo, la opinión pública, rechazada y disminuida por nuevas ideologías y viejos dogmas, es una concepción perteneciente a incontables discursos (sendo ella misma un discurso), desde las teorías lingüísticas de Chomsky (la verdad a través de la capacidad semiótica de construir sentencias valorables entre los interlocutores), hacia la teoría política de Bobbio, del poder político laico.
Es a partir de esa laicidad que me atrevo a pensar que hay de haber, en la pragmática tecnócrata, la opinión publica, la ética y la libertad (en una coexistencia de todo obscura y sobresaliente, a la vez), y no sé si podría pensar de otra manera, ya que la opinión pública es el instrumento de evaluación de la "realidad" de una sociedad, así como es el dialogo que valora la verdad en cada uno, de nosotros ante nuestro reflejo.
En un sistema democrático, denegar la existencia de la opinión publica, o por lo menos no luchar por ella, es teratológico; ¡o bien no creamos en la democracia! O que no nos haga falta conocer a la realidad, lo que es dulce y lo que es amargo, lo que son ríos y lo que son puentes, la física, la metafísica... pues en la naturaleza del hombre reside el diálogo y me parece que debemos seguir creyendo y, en especial, luchando por la verdad que se cuenta en nuestro alrededor. Así, me afierro a la racionalidad y creo, como señaló Bovero {Laicidad y Democracia, 2002}, que es en el pensamiento laico donde reside el camino hacia la tolerancia.

Me parece mejor que termine con palabras más sabias que las mías, con una poesía de Borges, la cual leía hace poco, pues la creo apropiada a la reflexión:

“El principio

Dos griegos están conversando: Sócrates acaso y Parménides.
Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia así será más misteriosa y más tranquila.
El tema del diálogo es abstracto. Aluden a veces a mitos de los que ambos descreen.
Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no dan con un fin.
No polemizan y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar o en perder.
Están de acuerdo en una sola cosa: saben que la discusión es el no imposible camino para llegar a una verdad.
Libres del mito y de la metáfora, piensan o tratan de pensar.
No sabremos nunca sus nombres.
Esta conversación de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el hecho capital de la Historia.
Han olvidado la plegaria y la magia.”

{Jorge Luis Borges, Obras Completas, 1989}

No hay comentarios:

 

Roberta Gonçalves, 2007 - We copyleft it!