Eu sigo apenas porque eu gosto de cantar
Hoy volvía a casa cuando aún no era hora de la gente salir de las suyas. Tenía puesto el ipod y todo sabía a Brasil, ya que media hora de silla de metro y de samba a toda voz no dejaba ser diferente. Mis manos, cuando las miré, de repente no parecían que fueran mías - me recuerdo de aquella época de la niñes en que se te permite jugar con tus manos de cualquier manera, ya que de ellas nadie esperaría ningún mal o indecencia, siquiera tu. Hoy ellas eran manos de una señora vieja, mis manos estaban cansadas. ¿O de pronto era mi mirada cansada que agotaba todo lo que veía?
Salgo del metro a la calle semi-dormida, pero de esa vez no es al Samba a que escucho, sino que a alguien que me dice cantando que todo está cierto, tan cierto como dos y dos son cinco. Nada más me faltaría, después de una buena dosis de subversión lógica a las diez de la mañana.
Estábamos a los siete grados, los termómetros y yo. Di la vuelta en el Café Barbieri y alcancé mi calle. Fue la mejor caminada que he hecho por ella nunca. El día no olía a nada (o olía al nada), llegué hacia mi puerta escuchando que todo al alrededor estaba desierto, y todo seguía cierto.
Creo que echaré de menos despistar los borrachos de la plaza, dar la vuelta al Café Barbieri, llegar a casa e intentar, en vano, mirar al cielo de Madrid desde mi ventana.
Pero nada es cierto. No sé que esquina me espera. Dos y dos son cinco.
1 comentario:
vete, niña sin raíces, circular por el mundo...
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